Monday, May 15, 2006

La Tercera Vez

Es la tercera vez, debí de haberlo sabido, La primera vez que sucedió era lunes, el lunes que se terminó el mundo, se terminó y de alguna manera seguía existiendo. Era lunes y mis chanclas estaban enfrente de la televisión, junto a ellas, el suelo manchado de sangre. Pero esta es la tercera vez.
Ella se quedaba muy largo rato en la ventana de mi cuarto, mirando a los pájaros que se posaban en los remansos del edificio. Se quedaba observándolos y ocasionalmente emitía quejidos, de alguna manera trataba de imitar el canto de los pájaros. A su hermana parecía no importarle. Estos días pelean con frecuencia.

Se llama Aisha, es el nombre de la esposa favorita de Mahoma. Antes que llegara soñé con ese nombre. La gente que me visita piensa que su hermana es la bonita, pero no ella. Siempre me dice que están muy flacas y me preguntan si comen bien. Comen bien. Nunca se han enfermado. Quizá porque nunca salen de la casa. A ella le gusta esconderse, a veces parece que la casa está vacía. Otras veces se la pasa dormida en el sillón, bajo el rayo del sol. Cuando tengo visitas suele acercarse con curiosidad. Cuando salgo puedo verla en la ventana del cuarto, observándome.

La segunda vez mi madre la descubrió, encontró el piso manchado de sangre y sabía que era ella. la miró como si se tratara de una bestia. Esperó a que terminara. Ese día yo no lo supe, era domingo y salí. Hacía sol. No desayuné. Por la calle veía la calle sin verla, esperaba no verla o quizá sí. Las calles que compartimos.

Desayuné en un Vips, música insípida, hablar de cine evitando en lo posible hablar de política. Me dijo que no valía la pena vivir si no se es hermoso. Un jugo de naranja con lo que sea. El café me hace demasiado daño.

Pero esa era la segunda vez. esta es la tercera. Dondequiera que estoy Aisha mira atentamente mis movimientos, con sus grandes ojos verdes. En la ventana los pájaros cantan y ella pierde el interés. A veces desaparece y cuando menos lo espero está detrás de mí.

Es la tercera vez y es sábado. Me encuentro a Perla en una librería, está comprando el libro de Jorge, sólo queda uno. Perla sigue llorándolo. Nos encontramos a un extraño que nos dijo que Jorge se fue porque así lo quiso, Perla no dijo nada. No tenía porqué saber que ella lo había amado como nadie, que la razón que se separaron es que él estaba demasiado loco. Pero Perla, aún en ese breve tiempo que estuvieron separados, seguía leyendo con cariño la dedicatoria que él le escribió en la primera página de un libro de Malcolm Lowry, Jorge siempre lo admiró mucho y Perla lo conoció por eso. Cuando Jorge se fue Perla me habló, no lloraba. había pasado en la mañana y creo que para esa noche ya se le habían secado los ojos. Comí en su casa la semana siguiente y las lágrimas se le salían al ver la luna llena.

Fuimos al teatro, El mercader de Venecia, entramos gratis, cenamos en su casa y leímos fragmentos de Shakespeare. -Me tienes que decir lo que pasó con tu chava- Perla puso eso como condición para abrir el sushi. -No quiero hablar de eso- Perla vive en un departamento de una recámara con Edna, quien me recibió con indiferencia. Edna se parece mucho a Aisha, pero Edna es mayor. Cuando estábamos estudiando y Perla vivía en División del Norte Edna era bebé. Temblaba todo el tiempo. me daba miedo que se fuera a morir, pero eso no pasó. Perla sigue acariciando el libro de Jorge siempre que puede. Lleva un año sin beber, casi el mismo tiempo que ha estado de luto. Con Perla me gusta hablar de filosofía, de la diferencia entre ser y existir. De los sonidos que de forman cuando escuchas atentamente al silencio. De esa criatura tan extraña que cuando no está crees que no existe, pero su presencia tiñe el universo de su propio color. Que esa criatura ocupaba las habitaciones vacías de la casa de Jorge. Que hace mucho que Perla no la ha visto. Edna duerme como si estuviera sola.

Amanece y una voz ausente me pide que abra los ojos. En casa es la tercera vez. El piso del cuarto de la televisión está lleno de sangre y de pelusa. En el silencio todos los comienzos de las cartas de amor que no escribo. En el silencio miro el arte y la belleza y en secreto me duele que tú no las estés viendo. En el silencio decido lo que debo de hacer, cómo acallar a esa criatura que habita debajo de mi piel y te hizo tanto daño, a donde debo pasar la tarde para acallar al monstruo con mis ojos al que le tienes miedo.

Y frente a mí está Aisha, con sus ojos verdes. el piso lleno de sangre y de plumas. Pasaba las mañanas imitando el
canto de los pájaros y aprendió a llamarlos, y en la ventana los espera para matarlos. Es la tercera vez que lo hace y con la esponja limpio la sangre. Creo que debo envolver lo que queda del cadáver en una servilleta.

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